Friday, December 13, 2013

CUBA Y SUDÁFRICA



Por Orlando Fondevila

Vivimos hoy en un mundo sin liderazgo. Desnortado. Hipócrita. La libertad, la democracia y los valores históricos de Occidente se hallan en franco declive. Ausente el otrora decisivo liderazgo de Estados Unidos, enmarcado sobre todo en esta era Obamista, el mundo anda a la deriva, a merced de fuerzas que le conducen a abismos inciertos. Todo envuelto en una retórica vacía, y eso, hipócrita. Ahora mismo, el escenario de los funerales de Nelson Mandela ha sido un monumental y empalagoso ejercicio de hipocresía. Allí estaban todos, buenos, regulares y malos. Todos haciendo el papel de buenos. Todos buenos e igualados.
Sé que Cuba no es el centro del mundo. Pero todo lo que se está moviendo en estos momentos alrededor de Cuba sirve indudablemente de especial medidor de valores y actitudes. Hagamos, aunque sea un tanto forzadamente, algunas comparaciones entre la Sudáfrica de Mandela y Cuba. Sudáfrica padeció un ominoso apartheid que condenaba a la marginación más atroz a la mayoría de la población por la simple condición del color de su piel. Mandela y las organizaciones que él encabezó se enfrentaron con todos los medios posibles a tamaña injusticia. Emplearon en su momento la lucha armada e incluso el terrorismo. Aceptaron ayudas de donde vinieran por poco recomendables que estas fueran (Castro, Gadafi). Nada de esto se les tiene hoy en cuenta, a lo que no tengo nada que objetar. Contra un horror como el Apartheid ellos hicieron lo que pudieron y como pudieron. Lo que me parece injusto es que en el caso cubano se emplee otra vara de medir. Incluso se condena que los opositores pacíficos de hoy reciban ayuda extranjera de países y organizaciones democráticas. La Sudáfrica del Apartheid recibió en su momento la justa repulsa universal y la abierta solidaridad de medio mundo. Se le aplicó un riguroso embargo internacional. El político, artista o deportista que se atreviera a visitar el país era justamente abominado. Las empresas extranjeras que tenían negocios en Sudáfrica eran conminadas a abandonar el país y pocas se atrevían a invertir allí bajo tan despreciable régimen. A nadie se le ocurría organizar intercambios de pueblo a pueblo mientras subsistiera el Apartheid. El mundo no decía que aquel fuera un problema que tenían que solucionar los sudafricanos, sino por el contrario –y con toda justicia- el mundo se involucró como si el problema fuera de todos (que lo era). Con Cuba sucede todo lo contrario. Claman contra el embargo de Estados Unidos, le niegan la sal y el agua a los opositores, corren desaforadamente a hacer negocios con la tiranía. ¿Alguien se hubiera imaginado al gobierno de la Sudáfrica del Apartheid formando parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU? ¿Hubiera alguien concebido al régimen del Apartheid presidiendo una organización regional, de la misma manera que la tiranía cubana preside hoy UNASUR? ¿Alguien habría invitado a Pieter Botha a cónclave alguno y sonriente y “civilizadamente” le hubiese estrechado la mano?

Por otra parte, exaltando las virtudes conciliatorias, moderadas y de estadista de Mandela una vez puesto fin al apartheid, aprovechan algunos para preguntar si los cubanos seremos capaces de perdonar igual que hizo Mandela. Puede que la pregunta sea pertinente, y por supuesto que mi respuesta es positiva. Aspiramos a toda la libertad y a la reconciliación con toda la justicia. Pero las preguntas hoy deben ser otras. Por ejemplo, la más perentoria: ¿Cuándo y cómo cesará la tiranía?

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