Thursday, January 21, 2016

Una realidad que hay que cambiar



Por Idabell Rosales

Desde que emigramos la mayoría de los cubanos a hacer la vida de la que nos privaron en la Isla, hemos sido consecuentes con las necesidades, la miseria y la precariedad que viven nuestras familias en Cuba, y hemos tendido una mano. ¿Así que quién le dijo a usted, cubano exiliado, que no puede hacer nada por el futuro del país en que nació?

Usted, que desde que emigró padece esa realidad como si hubiese permanecido, porque aunque de otro modo igual resulta afectado, ¿cuándo va a entender que esa dictadura nos alcanza incluso fuera de sus fronteras? Sin contar con el daño que ha hecho en toda Latinoamérica (pobres soñadores antiamericanos, por eso mismo tan pobres).

Los cubanos exiliados debemos quitarnos de encima los mecanismos de subestimación inculcados por años. Es hora de entender que si nos interesa ver otra Cuba, o que la Cuba actual no nos afecte directamente (como efectivamente lo hace), tenemos tanto derecho como el cubano que vive dentro a conformar ese futuro.

Cubano, no subvalore más el derroche de gastos que implica llamar a Cuba, enviar medicinas, comida, dinero para contribuir al bienestar de su familia. No se engañe más cuando pague por todas las prórrogas y permisos que exigen los Castro para que pueda entrar a su país. Actúe.

Si decide quedarse en el mismo peldaño, está en su derecho. En el derecho, por ejemplo, de privarse de unas vacaciones en el Mediterráneo o, lo que es peor, de alimentar por 50 años más la destrucción de Cuba.

Pero si decide respetarse un poco más, salga de esa esquina. Tiene el mismo derecho que cualquier cubano. Es más, tiene el mismo derecho que cualquier ciudadano de este mundo que ame y haya descubierto de qué va la libertad.

Denuncie, exprésese, tome alguna acción. Estará ayudando a cambiar la realidad de Cuba y, por ende, su realidad en Miami o cualquier otra ciudad del exilio: La realidad del mundo.

Saturday, January 9, 2016

El carro de los espejismos



Por Armando Añel

Subirse al carro de los espejismos significa, en el caso cubano, confundir el deseo con la realidad: pretender que la nomenclatura castrista nada a favor de la corriente de la transición y que, gracias al restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, la llegada de la libertad a Cuba es sólo cuestión de tiempo. Del tiempo que demore Raúl Castro en instrumentar el cambio sin cambio, previo tránsito fulminante por el modelo chino, o Washington en levantar el embargo. Hay que volver una y otra vez sobre el tema dado que, lamentablemente, a ese carro de los espejismos se suben cada vez más pasajeros.

Como han observado varios analistas, la intención obamista con el restablecimiento de relaciones del 17 de diciembre de 2014 seguramente no pasaba por querer liberar a los cubanos, sino por garantizar la estabilidad del neocastrismo evitando así estallidos sociales o éxodos masivos desde Cuba que pudieran afectar a Estados Unidos (además del afán egotista de querer trascender, pasar a la historia por decisiones puntuales, por supuesto). Más de un año después, más de ocho mil cubanos varados en Costa Rica y otros muchos en varios países latinoamericanos, en tránsito hacia Norteamérica, insinúan que al primer presidente negro de la historia americana el tiro le está saliendo por la culata. Hay silencios elocuentes.

En cualquier caso, dado que el castrismo se las ha arreglado para convertir su mitología del desastre en un producto exportable, y dado que los subsidios de la abastecedora de turno, Venezuela, comienzan a ser sustituidos por las inversiones, remesas y créditos que propicia el acercamiento de Obama, la oligarquía cubana parece estar en condiciones de trascender sin riesgos los estertores de Fidel Castro. Ni una sola de las decisiones o medidas tomadas por el interinato de Raúl durante este último año de restablecimiento de relaciones puede ser catalogada de reformista, ni siquiera de novedosa. El hermano menor podía haber comenzado a dar los primeros pasos hacia una transición económica en vida del hermano mayor, sin renunciar por ello a su discurso demagógico y manteniendo aceitados los mecanismos de control social indispensables para la supervivencia de la clase dirigente, pero ni eso. Y como ya se ha dicho, el tan llevado y traído llamamiento a que la ciudadanía cubana se exprese, del que ha blasonado el raulismo en el último lustro, es más viejo que andar a pie: procede de los tempranos años sesenta, cuando ya era posible debatir sobre todo “dentro de la revolución”, sobre absolutamente nada “fuera de la revolución”.

Entretanto, los presos políticos siguen presos, los ciudadanos sin derechos, sin derechos, la economía sumergida, sumergida, el éxodo aumentando, interminable. De manera que el proyecto de nación, hundido en el mar del abandono del que supuestamente pretendían rescatarlo Obama y la comunidad internacional –con estos amigos quién necesita enemigos--, se resiste a abordar el carro de los espejismos. Tiene bien aprendida la lección, y sólo reacciona reproduciendo aquello de “paticas pa’ qué te quiero”, esto es, votando con los pies. Es la premisa a la que se aferra la inmensa mayoría de la población cubana. El nuevo éxodo por Centroamérica lo demuestra contundentemente.

Son tiempos difíciles para Cuba, es decir, para su pueblo en ambas orillas, pero no cabe perder la esperanza. Parafraseando el lugar común, todo es oprobio hasta un día.