Friday, April 22, 2016

Dos degeneraciones, un mismo modelo



Por Armando Añel

La historia de la revolución cubana, o del proceso al que algunos todavía llaman revolución cubana, es también la historia de un despropósito, una comedia en la que los sucesivos ingredientes dramáticos no han conseguido diluir completamente la comicidad de la trama. La última aparición pública de Fidel Castro (FC), en la que nos recuerda que él también puede morirse –“como todo el mundo”--,  constituye un grano de arena más en el erial de improvisaciones, meteduras de pata, ridiculeces y tonterías que ha convertido al castrista en uno de los regímenes más estrambóticos, y por lo mismo más risibles, de la historia latinoamericana.

La aparición de FC en el VII Congreso del Partido pone al descubierto las lagunas mentales en las que chapotea el dictador cubano, quien ya había vuelto a mostrarse incapaz de trasladar sus ideas al papel con un mínimo de coherencia tras su último artículo publicado, “Hermano Obama”. Aunque con anterioridad varios de los textos de Castro habían revelado su precario estado de salud, en esta última proclama los desajustes del exgobernante resultan particularmente visibles. El hecho de que sus editores no hayan podido enmendarle la plana apunta, no obstante, a que en el contexto de las estructuras de poder castristas su ascendiente se mantiene incólume.

Pero si Castro representa al comandante ridiculizado por obra y gracia de la degeneración física, Maduro simboliza la otra cara de esa misma moneda: al exchófer de ómnibus caricaturizado por obra y gracia de la degeneración del modelo castrochavista.

Así, Castro y Maduro confluyen finalmente, aquí y ahora, en el momento más bajo de sus desempeños simbólicos. El segundo, ya sin apenas frenos estructurales que le impidan llevar adelante –esto es, hacia atrás— “el proceso”, aparece en su versión definitiva,  como lo que verdaderamente es: un pobre tipo afectado por el sobrepeso, la tontera perenne y un hipersensible complejo de inferioridad. El primero, paralelamente, agoniza a todo color, convertido en una suerte de fantasma de la opera bolivariana.

A pesar de la represión y el crimen, el final de FC transpira comicidad: no paran de despertarla su incoherencia, su indumentaria, su bravuconería. Comicidad y, al unísono, un hálito trágico, la chochera como espectáculo, que pudiera provocar la lástima de los menos enterados. Y a pesar de su carácter criminal –Maduro también tiene muertos en su haber—, el relevo del comandante Chávez continúa dorando la píldora de su incapacidad, convertido en el hazmerreír más rocambolesco, pero también más vituperante, de cuantos han pasado por los foros internacionales.


Es la comedia latinoamericana, o la tremebunda comedia castrochavista, arribando a su punto culminante. Más bien la tragicomedia, si se tiene en cuenta a los millones de cubanos y venezolanos que padecen directamente la degeneración del periodista en jefe, la pudrición del plátano Maduro.

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